Llagas y sueños

Mi boca es un infierno.

Está llena de aftas.

Atiborrada de discursos no dichos.

Tres de las aftas más notorias, las que puedo identificar, se alojan en un lugar estratégico bucal. Una de ellas está en el maxilar superior, del lado derecho, otra en la parte interna del labio inferior y la que más me incomoda reside en la punta de la lengua.

Un afta es una úlcera superficial definida. Definido son mis problemas no resueltos que se agrandan como el tamaño de estas quemaduras redondas blanquecinas, si no las combato.

El no hablar. El no hacer mi descargo hace que mi cuerpo me lo remarque constantemente con un irritante dolor.

He descubierto el goce sádico. Consiste en pasar el cepillo de dientes por las heridas y sentir éste acto placentero. También lo es colocar bicarbonato de sodio en las zonas afectadas. Quizás el hielo sea el mejor aliciente. Es mi refugio glacial por excelencia.

Si tengo que jerarquizar la incomodidad, diría que la lesión más perturbadora de todas es la de la lengua. Hasta ahora no había sido consciente en mi registro perceptivo sobre lo vital que es éste órgano.

Con ella puedo recorrer los dientes, los labios y el paladar (también hinchado por consecuencia de las aftas). Mis yemas gustativas en este momento no funcionan sanamente. Están maltrechas.

Si tengo que comparar el malestar con alguna  a parte de mi cuerpo la comparo  con el dedo índice de mi mano derecha. Si esta extremidad de uso frecuente se golpea o sufre algún accidente es difícil  no notarlo, la molestia perdurará hasta que cicatrice.

Con mi lengua herida me prohibo disfrutar de comer o beber. Más aún, no puedo besar o reconocer el cuerpo de mi amado que tan deseo.

Busco el significado de esta afección en mi libro de cabecera, el diccionario de las enfermedades emocionales. Primero hay una breve definición de qué es una llaga. Después explica las ideas negativas que uno se repite a lo largo del tiempo y que no ayudan a sanar; en este caso las llagas indican que uno no consigue decir lo que piensa.

Y por último se ofrece una solución al problema, que es respirar, calmarse y hacer el intento de expresarse.

La persistencia del dolor físico es la continuación de un dolor más profundo. Las raíces de la cuestión radican en mi inconsciente. Por eso sueño.

Desde hace unas semanas que tengo dificultades para procesar mi cotidiano. Las ansiedades, la vida adulta llena de contradicciones, más el estado alienante de la ciudad en la que vivo, alteran mi psiquis.

Tres de los sueños que puedo identificar los agrupo bajo una temática recurrente, la pérdida.

En el primero de ellos soy calva y la única que no lo sabía era yo. Caminaba por las aulas de una escuela muy tranquila hasta que miro mi reflejo en un espejo y me avergüenzo de la situación.

En el segundo sueño pierdo un vuelo que era a las 11.05 am. Es más traumático perder tiempo y plata en el sueño que en la vigilia.

En el tercer sueño, pierdo también. Le soy infiel a mi pareja, justo el día de presentación formal ante mi familia.

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